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La furia razonada de Gilad Atzmon ( I )




Una obra en la que el pensador expone su pensamiento sobre el fracaso de la izquierda.

La furia razonada de Gilad Atzmon ( I )

 
Una obra en la que el pensador expone su pensamiento sobre el fracaso de la izquierda.




Teniendo en cuenta los numerosos temas entrelazados de los que habla la obra, y con el fin de abarcar algunos de los asuntos fundamentales en él planteados, el artículo ha ido tomando unas dimensiones excesivas para publicarlo en una sola entrega lo que me lleva a dedicarle dos artículos.


«No es extraño que un historiador-investigador sincero suela percibirse como un enemigo público […] El “historiador real” es, de hecho, un filósofo, un esencialista, un pensador que formula la pregunta : “¿qué significa estar en el mundo dentro del contexto de la temporalidad y el Ser?”. Este verdadero inquisidor intenta responder a la pregunta de qué hace falta para “vivir entre otros”[…] El currante real tiene que excavar el miedo, extrayendo lo que está oculto, porque sabe que dentro de lo que se reprime hay un grano de verdad».


El destacado saxofonista (https://www.youtube.com/watch?v=BCjCgn3PKMQ ) es también un polemista y activista entregado; ya lo dejaba ver en su anterior obra, La identidad errante ( * ) editada por la misma editorial que ahora publica « Ser en el tiempo. Manifiesto pospolítico». Podría decirse de entrada que la obra con título de resabios heideggerianos muestra el pensamiento de Atzmon en lo que hace a los temas más candentes de la actualidad, ofreciendo respuesta a las preguntas que preocupan a cualquiera que tenga deseos de que las cosas cambien en la línea de la emancipación del género humano. Dos aspectos quedan claros en esta obra, que se compone de flashes sobre diversos temas: por una parte, nadie ha de pensar que va a hallar un recetario con las soluciones a los problemas que se plantean sino que , a la vez que el autor ofrece sus opiniones, deja la puerta abierta al debate, ya que las soluciones serán colectivas o no serán; por otra parte, no exagero si digo que Atzmon no deja títere con cabeza, sin limitar el arco – derecha e izquierda- en sus críticas, críticas situadas inequívocamente en posiciones de izquierda (¿ideal?) de donde las críticas que a esta dirige están hechas con dolor y con el claro propósito de que se varíe el rumbo por parte de quienes se sienten de tal lado del abanico político.


La mirada del autor, desde una óptica, digamos que metodológica, puede sustentarse en dos aspectos que él mismo señala en su introducción y su epílogo, que en contra de lo que suele suceder van en orden invertido –la primera al final- y el segundo al principio, a pesar de lo cual usa, sorprendentemente, el tiempo verbal futuro que anuncia en qué va a consistir el contenido y el enfoque de la obra; [hoy se ve que tengo día binario]: el primer aspecto, se lee en su Epílogo: «nuestros distritos financieros urbanos están ahora saturados de rascacielos de cristal, proyectados metafóricamente para transmitir transparencia y fragilidad. Sin embargo, cuando te arrimas a estas torres de cristal comprendes que la pared que tienes enfrente no es una ventana sino un espejo», y el segundo se lee en la Introducción final: «Para mí, la investigación es un autoexamen interminable…la autoexploración es la exploración del mundo», y bajo estas guías va a abordar sus ensayos, acompañado de la idea del olvido del ser de Heidegger (no hubiese estado de más referirse, más en concreto a Hannah Arendt quien en paralelo a su maestro hablaba del olvido del sistema político del ágora, de la Grecia clásica), adecuándola al análisis del presente, del que a veces no vemos lo que tenemos delante de nuestras narices quedándonos con los velos que lo ocultan, tergiversándolo, y proponiendo un retorno a Grecia (léase al espíritu griego de la reflexión socrática) que prime el pensamiento (léase la filosofía) frente al dominio atosigante de la ciencia y las técnicas como dioses de la modernidad [salta a la vista la importancia otorgada a la filosofía, huella de sus estudios londinenses que emprendió al abandonar, agobiado, Israel –al ver que en la guerra que Israel había declarado al Líbano y siendo obligado a participar, se despertó en él una evidencia que le empujaría a cambiar de rumbo; se veía todo el rato rodeado de palestinos, lo que le hizo llegar a la conclusión, ¡tate!, de que era lo normal ya que estaba en Palestina- ; su traslado a la capital de Inglaterra para estudiar filosofía marcó su vida, al abrirle nuevas perspectivas ideológicas, políticas, éticas…y hasta musicales].


Refiriéndome a los aspectos que acabo de señalar en el principio del párrafo anterior: en lo que hace a lo primero, lo dicho mediante la metáfora especular, hace que él interprete que la izquierda al verse reflejada en los edificios mentados cae en la trampa de repetir los tics y las metas dominantes, aunque pretenda hacerlo con algunas modificaciones formales que no hacen sino replicar los valores imperantes, en una carrera para ver quién gestiona mejor la riqueza acumulada por el capital, y las instituciones que la aseguran y cubren. Me atrevo a decir que esta misma mecánica la observa en los críticos del sionismo que se mantienen en la esfera del judeocentrismo (sorprende los dardos lanzados hacia Noam Chomsky, limitando sus posturas a meras pullas seudointelectuales); con respecto a lo segundo, la apuesta es por hablar desde la primera persona y las variaciones personales y teóricas que la realidad va provocando en el sujeto que ve y opina.


La variedad y el número de temas tratados, además de las interferencias y turbulencias que se dan entre ellos, hace que resulte imposible intentar dar cuenta de los cincuenta y un capitulillos que van agrupados en varios bloques temáticos de los que me serviré para dar cuenta de los aspectos fundamentales tratados:

En La zona gris, se mantiene que la antigua división entre derecha e izquierda resulta hoy en día un tanto superada, subrayándose las diferencias e incapacidades de cada cual: la derecha, con sus posturas maltusianas y de darwinismo social, se basa en el ser (la situación es la que es, y los hombres lo que son: unos pobres y otros ricos), mientras que la izquierda, guiada por un horizonte utópico de igualdad y justicia, defiende el deber ser…desentendiéndose de los trabajadores o de los supuestos destinatarios que restan inmunes ante los mensajes de esta, preocupados por los problemas del día a día. De esto último, deduce Atzmon que la prueba de esta incapacidad es que sean gente perteneciente a las clases medias y profesionales quienes defiendan las propuestas y caminos que, en principio, se postulan como si fuesen destinados a la gente de clases peor situadas; o bien se señala un horizonte utópico que no resulta creíble para nadie lo que hace que se mantenga en el terreno de la ilusión, o bien, en el día a día, se hacen propuestas netamente asimilables por el orden establecido, resultando así que tales «términos aluden a distintas formas de compadreo social, argots y dialectos». Se pone en relación esta postura con algunas realidades y tesis que afloran en la sociedad y en sus estudiosos: así, se señala el fracaso de las predicciones y los falaces análisis de Fukuyama, al igual que el fracaso y desfondamiento de las primeras alegrías del liberalismo como posible panacea a los problemas de los ciudadanos. La propuesta que sugiere Atzmon es la de que ha de buscarse una unión entre lo político y lo humano, mostrando las distancias que se han provocado entre ambos en la puesta en práctica de las diferentes doctrinas (liberalismo, comunismo y fascismo), haciendo hincapié en las insuficiencias de la tan cacareada democracia liberal que no responde a la democracia literal; también reivindica la necesidad de unir el “deber ser” con “el ser aquí y ahora” y con tales criterios desmonta los huecos del fascismo, a pesar de las enormes movilizaciones de masas enardecidas que creían poder alcanzar lo Real y se toparon con la realidad, empleando la distinción lacaniana.


En El enemigo dentro, prosigue el análisis partiendo del peso de dos tendencias, que se dieron a partir de los setenta, entre las luchas identitarias y la corrección política; suponiendo la segunda un posicionamiento de limitaciones más propio del modelo de obediencia y constricciones más propio de Jerusalem que de Atenas. Siguiendo esta pista, y las chispas que tales provocaron, acude en busca de ayuda al autor de 1984, Orwell, como avisador de la tiranía de la corrección (nuevalengua), basando su experiencia personal en Homenaje a Cataluña, en el que el británico mostraba el profundo malestar que le produjeron las luchas en el interior de las filas dichas comunistas entre las diferentes maneras de entender la lucha: primero derrotar al fascismo para luego hacer la revolución o la de quienes propugnaban la revolución sin pasos intermedios, unificando la lucha antifascista con la lucha revolucionaria, siendo los segundos aplastados por los primeros; repasa también los deslices del identitarismo que unido a la corrección hace que se respete a los miembros de diferentes minorías mientras se excluye a quienes defienden posturas universalistas (varios ejemplos de diferentes casos le sirven para poner al desnudo tales desfases). Las tendencias indicadas han provocado una división en la filas de la lucha, dando armas al enemigo que se sirve del habitual divide y vencerás, y llevando el agua a su molino han promovido la fusión de las dos tendencias aludidas en beneficio del mantenimiento del (des)orden establecido. En este terreno Atzmon plantea una serie de problemas de enjundia acerca de las divisiones binarias (blancos / negros, hombre / mujer, judío / goy /…) que no responden a tal binarismo ya que algunas posturas generalizadas contra, pongamos, sobre la blanquitud mete en el saco a oprimidos y explotados como si fuesen explotadores y dominantes, medidas simplificadoras que pueden aplicarse a otros de los pares señalados, o por señalar, a lo que ha de añadirse lo improcedente que resulta en el caso de los judíos incluirlos, o incluirse, en el grupo de los marginados; destaca igualmente los peligros de guiarse por determinaciones biológicas a la hora de establecer este tipo de diferencias (medida que no se puede, ni se debe, aplicar a alguna de las divisiones nombradas, a las que se puede aplicar no se nace sino que se hace…así, el caso de los judíos, por ejemplo, no es de orden biológico, ni de ADN sino es cosa de creencias o rituales… lo que no es el caso del color de la piel, ni del sexo…); resulta discutible a todas luces la distinción que establece entre el victimismo de las teorías identitarias que siempre culpa al otro y el sionismo que reivindicaba su proyecto de empoderamiento (¿no era precisamente para evitar el maltrato al que eran sometidos por los otros?) . 

Destacables también las puntualizaciones que se presentan acerca del sionismo como «precepto político judío contemporáneo más asertivo, beligerante y exitoso» y su inicial desprecio por sus compatriotas judíos, tratando de cambiar al judío, apoyándose en supuestos derechos sagrados y religiosos bíblicos, igualmente se señala en otro lugar que quienes cometen tropelías , en nombre de los judíos, no lo hacen desde posturas religiosas, que se puedan incluir en el seno del judaísmo, sino laicas.


Así pues, Atzmon profundiza en las tendencias identitarias (negros, mujeres, homosexuales, indígenas…) que han provocado división y disputas, con el perplejo silencio de la izquierda, sindical, clásica. Tal estado de cosas ha originado una incomprensión por la gran parte de las clases trabajadoras al no sentirse incluidos en tal tipo de reivindicaciones al tiempo que veían desatendidas sus reivindicaciones e intereses. Si el fenómeno señalado se ha dado en el seno de la izquierda, las tendencias identitarias de tono patriótico –defendidas por diferentes populistas de derechas y muy en concreto por Donald Trump- han calado en sectores amplios de la población al sentirse implicados en el colectivo del orgullo de pertenencia patria, posicionado tras la consabida bandera, reivindicación deudora de cierto victimismo por haberse sentido marginados frente al protagonismo otorgado a diferentes minorías… dándose un escore desde las sectoriales reivindicaciones antes nombradas de las que la izquierda se erigió en decidido abanderado [visión explicativa dominante al otro lado del Atlántico, en la que coincide, por cierto Slavoj Zizek en sus disputas con Judith Butler]. 

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