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El «panjudaísmo» de Gilad Atzmon ( y II )

El «panjudaísmo» de Gilad Atzmon ( y II )

 

Continuación de la presentación y discusión del último libro del músico y activista.
Por Iñaki Urdanibia
«Es un secreto a voces que mis críticos protestan porque “veo un judío en todo y en todos”. Esto no es del todo cierto. No me interesan la etnicidad, la biología o la raza, pero sí la ideología, la política identitaria y la cultura. Veo el impacto cultural e ideológico de Jerusalén en casi todos los aspectos de la vida occidental. Pero, a diferencia de la mayoría de los analistas, me permito expresar mis críticas a este respecto» (el subrayado es mío).
Comienza el autor señalando un denominador común entre el Brexit, Escocia, el ISIS y la victoria de Trump como cierto intento de rearme frente a las ofensas padecidas: el desprecio a las banderas, valores y su idiosincracia, de modo y manera que se haya puesto el acento en el querer ser, y en vez de conformarse en expresarse y comportarse como, ser y airear el sentido de pertenencia: así ser británico, ser escocés, ser musulmán (yendo a combatir en las filas del ISIS) , ser auténtico norteamericano, de igual modo que no pocos judíos fueron a Israel para dejar de comportarse como para ser realmente judíos. Recurre a los intentos fallidos de los judíos que fueron a luchar a la guerra civil del 36 con la ilusión de convertirse en proletarios, intento que quedó en eso ya que al llegar allá vieron que la lingua franca en las filas combatientes era el yidis (???) lo que les llevó a crear lazos separados del resto. La verdad es que desconozco la importancia y cantidad de judíos que señala Atzmon, del mismo modo que me parece abusivo , a pesar de su indudable importancia, poner en el haber de los judíos el marxismo cultural y los ímpetus revolucionarios (sin que lo que digo deba interpretarse como la negación del importante papel jugado por judíos, laicos como Marx, Luxemburgo, la presencia notoria de judíos en el comité central de los bolcheviques, entre los promotores de la denominada Escuela de Frankfurt, y…; sin obviar el papel esencial que también jugaron, sea dicho de paso, en el nacimiento de la modernidad occidental como subrayase otro judío universal, Edgar Morin, en su magnífico Le monde moderne et la question juive). El compromiso de los judíos nombrados y su desilusión es presentado por Atzmon como prueba del «fracaso sistemático de la izquierda globalmente , históricamente y filosóficamente. Para el proletariado real, el hogar, el trabajo y la productividad no son construcciones teóricas. En oposición al estado imaginario del “debería ser” o la Utopía social, ellos están existencialmente enraizados en el “Ser”» [no hace falta ser de obediencia marxista, ni paleo, ni neo, para tener en cuenta que las clases no solo son hechos objetivos, sino que las conciencia juega un importante papel en el sentido de pertenencia; al igual que no hace falta ser sartreano para distinguir, o complementar, entre en-sí y para-sí].
A partir de ahí, Atzmon se zambulle, y nos zambulle, en detectar y desvelar el peso y la presencia del judaísmo, bajo diferentes máscaras que van desde los poderes constituidos a la supuesta oposición a ellos, elevando el denominado Holocausto en nueva religión (no solo para los judíos y el Estado de Israel, sino para todos dios que se empeña en denunciar la brutalidad de aquellos hechos obviando sus propias masacres…EEUU, GB, etc.). Señala las diferencias entre el islamo-cristianismo que -según él- no tienen real importancia en la vida de los creyentes al contrario que el judaísmo, que implica un comportamiento que obedece al hecho de haber sido elegidos por Yavé y que implica una absoluta obediencia (el no cumplir con tal encargo puede llevar funestas consecuencias y si no que se lo pregunten a Uriel Da Costa o Spinoza). Se destaca el carácter laico de algunos judíos como Marx y Freud, y otros progresistas… y por ese camino se desliza hacia la izquierda judía que, en concreto en el caso de los USA, en 2016, ha replicado (Chomsky y la revista Forward de manera destacada) los análisis, acerca de la clase obrera, que ya se habían elaborado, mostrando su impertinencia, en los años treinta del siglo pasado.
Previamente había despellejado a Marx, Freud, y seguidores (Wilhelm Reich, Theodor W. Adorno y Herbert Marcuse), mostrando su sorpresa y su hondo desagrado ante el peso que adquirieron todas esas teorías falaces que a pesar de haber quedado falsadas por los hechos -el recurso a Karl Popper le resulta útil- siguieron defendiéndose como oro de ley, con la nefasta influencia en el seno de la izquierda… De todo ello deduce la importancia del modelo jerosolimitano frente al ateniense y se subraya los orígenes judíos de los nombrados y también el espíritu judío de sus teorías que exigen obediencia y límites con respecto a la debida corrección. En toda la extensión de este modo de pensar juega un enorme papel la capacidad de manipulación (precisamente fue un sobrino de Freud quien abrió la puerta a las técnicas de manipulación y formateo mediáticos), senda posteriormente adoptada y ampliada por empresarios y personalidades gubernamentales.
Las andanadas que va salpicando van acompañadas cada dos por tres con la identificación entre liberales, progresistas, nueva izquierda y marxismo cultural, que mantienen posturas embellecedoras del mundo y blandengues, sirviéndose para ejemplificar este totum revolutum en la comparación de algunas películas de Steven Spielberg y Tarantino, situando al primero en el terreno de pintar las cosas de color de rosa evitando las aristas agudas, mientras que el segundo es el paradigma de meter el dedo en la llaga, en donde duele, sin moralinas al contrario que el anterior [valoración que sin dudar se puede juzgar como pertinente, lo que no conlleva aceptar la línea divisoria que establece el autor; Spielberg… progre ¿al mismo nivel que los integrantes de la nueva izquierda y afines?... no sé]. Sorprende –al menos al que esto escribe- esta amalgama entre horizontes políticos e ideológicos tan dispares, todos metidos en el mismo saco, del mismo modo que a servidor le cruje la importancia y peso que se da a algunos de los nombrados en el seno de la izquierda… a lo más marcaron a algunos sectores, fundamentalmente estudiantiles e intelectuales, de la izquierda, ya que con respecto a otros… estos nombres pasaron sin pena ni gloria, de donde no veo su huella ni presencia en ese todo denominado como izquierda (¿qué izquierda?, ¿dónde?…); amén de que difícilmente puede darse crédito a que obras sobre la psicología de masas del fascismo, sobre la personalidad autoritaria o eros y civilización ( respectivamente de Reich, Adorno y Marcuse) hayan influido en amplias capas de la población, no digo en la izquierda solo. Añadiré, de todos modos, que con respecto a los tres nombrados no parece justo despreciar todas sus obras por alguna de ellas o por algunos de sus postulados, que se quiera o no supusieron un poco de aire fresco ante las dominantes posturas e interpretaciones economicistas; o, todavía, por algunos desfases como el dichoso orgón de Reich, de quien, por cierto se cuentan vidas y milagros con respecto a su infancia, una supuesta escena primitiva y su papel de aprendiz de inquisidor con respecto a su madre… Así, la utilización de la metáfora marxiana con respecto a la religión, es retomada, y retocada, por Atzmon que mantiene que los postulados de la nueva izquierda son el opio de la izquierda, ya antes se había adelantado Raymond Aron al emplear tal metáfora para catalogar al marxismo como el opio de los intelectuales. En fin… no sigo, simplemente añadiré que, a mi modo de ver las conclusiones a las que llega Atzmon me parecen un exceso simplificador, como se suele decir se pasa en la frenada, aunque viendo el ritmo tal vez sería mejor decir que se sobrepasa en la acelerada.
Analiza el autor alguna encuesta sobre poblaciones y razas, llevado a cabo por Herrnstein y Murray, siendo la izquierda y los liberales quienes tacharon la encuesta y sus resultados de racistas: en resumen allá se mantenía que los judíos más listos que los blancos (¡ningún problema!), y estos más listos que los negros (¡follón!) que quedaban debajo en la escala (el recurso a la campana de Gauss sirve para representar con más exactitud los resultados de la investigación nombrada y poner en solfa el valor científico del CI [indiscutible resulta su tesis con respecto la relación entre clases, condiciones de vida y estudios e inteligencia… mostrando su rebote en su terreno: «como músico de jazz que se ha dedicado a la música afroamericana seducido por el genio de Miles Davis, Thelonius Monk, John Coltrane, Duke Ellington, Charlie Parker y el resto, pude ver qué es lo que tanto había indignado a tantas personas»]… Con respecto a esto Atzmon escribe unas sabrosas páginas en las que explica el comportamiento de los judíos con respecto a sus pequeños (amén de incidir en los cruces organizados entre chicos y chicas como clave del éxito, argumento realmente discutible y de un determinismo genético difícil de mantener… son de relevancia la comparación con el comportamiento cristiano que cuando veía a algún chaval que destacaba era enviado al convento con lo que la línea de listura quedaba truncada. Recuerdo, en este sentido, una anécdota que contaba Elías Canetti cuando se le interrogaba acerca de la destacada inteligencia de los sefarditas y su habitual dedicación a labores intelectuales, etc. y respondía que en su caso quedaba claro: mientras los demás muchachos jugaban, su padre le marcaba el libro y las páginas que debía leer y después le interrogaba sobre lo leído… Pues bueno). Unido a lo anterior desmonta la leyenda sobre el genio judío (cantidad de premios Nobel, etc., etc., etc.) y pone las cosas en su sitio.
La cosa queda meridianamente clara cuando Atzmon afirma: «creo que los judíos se han convertido en el símbolo por antonomasia y el estándar de la vida moderna en todas partes. Los judíos son un elemento dominante en la sociedad occidental» y ahí saca a relucir una serie de causas que explican tal dominio: por una parte, el imperio del mammonismo frente a la fabricación, su inmensa capacidad en el manejo del marketing y las técnicas de venta de imagen, como ejemplo paradigmático el innegable éxito del sionismo tras la distancia inicial de muchos judíos con respecto a él y a pesar del robo y usurpación de territorios a palestinos, su marginación, la habilidad al ocupar puestos calves en los mass media, etc., etc., etc.
Y del mismo modo que el dios romano, Jano, poseía dos cabezas, Atzmon destaca tal capacidad en los judíos, capaces de mantenerse en los puestos claves del poder al tiempo que las críticas a tal poder son encabezadas por judíos también, lo que hace que al final todo parezca reducirse a una lucha entre ellos, no pudiéndose distinguir en muchas ocasiones las diferencia entre unos y otros (así entre la Escuela de Francfort y Ayn Rand, o las numerosas organizaciones progresistas financiadas por el Open Society Institute de Georges Soros) , esquematizándolo en un cuadro en el que se ponen en paralelo los “problemas “ judíos y la disidencia judía satélite, del mismo modo que anteriormente había expuesto, en clave de humor, las definiciones contradictorias que los judíos mantenían con respecto a algunas cuestiones que les preocupan (ateísmo, libre mercado, Holocausto, guerra…), llegando a la conciliadora conclusión de que ante el supuesto mal que aqueja a los judíos desde tiempos inmemoriales la soluciones propuestas vienen de la mano de judíos también, convertidos en médicos y “especialistas” «como Ilan Pappe, Jeff Halper, Noam Chomsky, Zochrot, Shlomo Sand, JVP, Max Blumenthal, Miko Peled, Norman Finkelstein, Israel Shnak y hasta yo mismo…» ( sic ).
En fin, todos en la misma caja… «lo cierto es que no pueden pensar fuera de la caja, no pueden trepar los muros del gueto que encierra sus propias esencias tribales…Pero ¿no podemos decir lo mismo de nosotros? ¿No nos limitamos nosotros también a las fronteras de la corrección política?…».
No cabe duda de que el libro da mucho que pensar, que hablar y que discutir (como queda patente en la extensión, y los comentarios, que he ido intercalando a lo largo de este comentario), ya que la decisión de Atzmon es como la de quien trata de poner las cosas patas arriba, con una clara tendencia a brouiller les cartes que dirían de Pirineos arriba, haciendo que las ideas heredadas y consagradas sean puestas en solfa, sin atenerse a catecismo alguno, lo que hace decir a James Petras que Gilad Atzmon «tiene el valor del que tanto carecen los intelectuales occidentales», lo dicho no quita para que, con esa postura de rompe y rasga que emplea el autor, sus derivas aboquen a los bordes de la aporía o al mismo corazón de ella, al señalarse por su parte flagrantes contradicciones entre los deseos y las realidades, posición ante la que el mismo parece sucumbir, lo que también hace que se cuelen algunas afirmaciones un tanto discutibles, como ciertas algunas escoradas acerca, reitero, de la nueva izquierda (comparada con el liberalismo en un caso flagrante de burda amalgama), sobre la indistinción que –según él- se da entre integrantes de grupos oprimidos más allá de las clases (es obvio que dentro de las etiquetas no se puede ni se debe incluir pêle-mêle a todos dios, sino que hay diferencias y matices que han de ser tenidos en cuenta), o algunas descalificaciones con respecto a algunos solidarios con la causa palestina al indicar (véase, por ejemplo, la nota a pie de página de la página 48) que algunos pretenden imponer su visión correcta a la hora de juzgar al estado de Israel como colonialista, afirmación –digo yo– que quienes la mantienen corresponde absolutamente con los hechos (basta con ver los mapas de dicho Estado y la ampliación de territorios desde su fundación en 1948, que denotan una política expansionista sin límites), no se ve pues dónde reside la incorrección que señala; con respecto a Noam Chomsky, parece que Atzmon tiene una verdadera fijación hasta el punto de caer en una verdadera chiquillada -por calificarlo de manera suave- al decir que el intelectual americano postula la desaparición de las fronteras y los Estados menos los de Israel, lo cual es signo de su sionismo blando, argumento, por llamarlo así, que parece guiado más por la mala fe, ya que una cosa es , en la onda libertaria en la que se encuadra el lingüista, tender a la desaparición de los Estados y otra bien distinta es defender el derecho a la existencia frente a algunas posturas salvajemente fanatizadas que proponen su destrucción (recuérdese la consigna de: arrojadlos al mar, referida a los israelíes); no puedo ignorar y rechazar -aunque no sé si es cosa de traducción o del propio autor- la reiterada utilización de la expresión raza judía, de la exclusividad judía racial, y expresiones del tipo lo que hace que de una cuestión religiosa, étnica o cultural lo judío quede convertido en algo racial (con lo que ha llovido, a estas alturas seguir con esa copla me parece cuando menos desafortunado, por no decir peligroso), visión defendida por las demenciales posturas de quien reclaman un ADN común de los herederos de David y otros zaranguteos… cuestiones que, a pesar de la deconstructora voluntad de Atzmon, se erigen en un claro discurso de corrección o, si se quiere, de señalamiento de incorrección de las posturas de otros (como él mismo concede en una cita que he copiado líneas más arriba, tomada de la página 211) .
Concluiré, no obstante, con unas (más) reflexiones críticas acerca de la que a mi modo de ver es la clave del pensamiento que expone Atzmon: se da en él una nostalgia del tiempo pasado, de un tiempo en que lo humano y lo político se correspondían como vasos comunicantes, aunque la verdad es que no se sabe dónde y cuándo se dio tal unidad (¿ tal vez en la Grecia clásica en donde la democracia directa dejaba fuera de juego a las mujeres, a los metecos…? No, desde luego, en el seno de la izquierda); el sueño de recuperación de esa supuesta época dorada, Atzmon la vislumbra en los momentos de ascenso del fascismo en los que –según él– se dio esa unión entre lo político y lo humano, al igual que en el primer sionismo –que sintetizaba utopía y nostalgia, ser y devenir, el sueño y lo Real– en sentido lacaniano-, la izquierda y la derecha… y hasta en las promesas iniciales del liberalismo, en fin, en todos esos momentos nombrados, y destacados por el autor, creo que es de justicia señalar que se daba la exclusión de base: en los dos primeros una exclusión cultural y étnica cuando no genética y hasta de supuesta raza, mientras que en el último de los nombrados la exclusión, o al menos la neta diferenciación era de corte económico, unos poseyendo los medios de producción y los otros poseyendo su fuerza de trabajo… En lo que hace a otro tipo de unión en la que el autor incide es en la inexistente entre quienes defendían los postulados de izquierda, revolucionarios, etc., y en nombre de quienes se hacía, resultando que los primeros no pertenecían a la misma clase, colectivo, ni status de los segundos… cosa que se hunde en los inicios de esa cosa llamada izquierda (si se exceptúa alguna excepción, todos quienes proponían cambios radicales o caminos para la emancipación de los trabajadores, del pueblo, etc., pertenecían a clases medias o similares: Marx, Engels, Bakunin, Kropotkin, Korsch, Luxemburgo…). Así pues, la situación ideal soñada es eso, un sueño o una ilusión, o ambos a la vez, o en caso contrario debería haber aportado los casos y no dejarlos en una nebulosa incierta. Otro aspecto en el que asoma con fuerza ese sueño de una supuesta unidad perdida es del que habla al referirse a la unidad de los luchadores (revolucionarios…), y a los provocadores de la desunión (los identitarios: feministas, negros, judíos, homosexuales…), en este caso se da , a mi modo de ver un recurso a pensamientos vanguardistas, realmente antiguos que huelen a leninismo, a partido de vanguardia, estado mayor proletario o similar, aunque cierto es que no se nombre al menos de esas manera; dos cosas se pueden señalar: por una parte, hablar hoy en día de revolución resulta, puro voluntarismo aparte, algo fuera de lugar no tanto por imposible como tal vez por indeseable (recuerdo aquello que respondía Michel Foucault cuando era preguntado acerca de la posibilidad de la revolución que el problema no era si era posible sino si era deseable… después de las experiencias habidas…); en lo que hace a las luchas, el presente indica que las luchas sectoriales (¿identitarias?) son las que de hecho muestran su real potencia, mientras que los posibles intentos de unificarlos bajo un mando único es algo realmente fuera de la realidad, puro ejercicio de autorreferencialidad de/para algunos convencidos, dándose un desfase total entre los niveles teórico y práctico… de hablar hoy de revolución más propio sería, mal que pese y aunque suene a hueco o a incitador al desánimo, hablar de revolución molecular (por emplear los términos rizomáticos de Félix Guattari y Gilles Deleuze), u ocuparse de luchas a nivel micropolítico e institucional por seguir la pista foucaultiana, o dar cabida al principio de Gulliver del que habla Michel Onfray, por no referirnos, en onda parecida, a Antonio Gramsci -encuadrado por Atzmon como uno de los promotores del marxismo cultural- y su propuesta de la toma gradual de diferentes casamatas en busca de lograr la hegemonía… posiciones que pueden parecer utópicas, por irrealizables, aunque también es verdad que los caminos que se presentaban como el camino seguro, han quedado no ya desfondados sino negados por sus puestas en práctica (los sueños platónico/plotinianos de la unidad engendran monstruos). En este orden de cosas, sin entrar en mayores, sí que parece de recibo tener en cuenta las diferencias que establecía Albert Camus entre revuelta y revolución, resultando la segunda la domesticación y la negación del espíritu, rebelde, de la primera.
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