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Domenico Losurdo: Gramsci del liberalismo al comunismo crítico




El estudio del profesor Domenico Losurdo recoge la evolución política e ideológica de Antonio Gramsci, desde su inicial liberalismo e idealismo, influido por Benedetto Croce y Giovanni Gentile, hasta su integración en el partido socialista y, tras la revolución de Octubre, en el recién creado partido comunista italiano. Como pone de relieve el autor, los orígenes modestos de Gramsci «la experiencia dolorosa de las privaciones diarias, y una sensibilidad y una seriedad moral que propician la identificación con los que están obligados a sufrir una vida de penurias», propiciaron su toma de conciencia política y su implicación en las luchas sociales de su tiempo, que, bajo el régimen de Mussolini, lo condujeron a la cárcel, donde, pese a su desfalleciente salud, que acarreó su muerte a los 46 años en 1937, desplegó un ingente trabajo intelectual recogido, póstumamente, en sus Cuadernos de la cárcel. 

Ficha técnica:
Autor: Domenico Losurdo
Título: Antonio Gramsci del liberalismo al comunismo crítico
Traducido del italiano por Juan Vivanco ISBN 978-84-943932-2-8 - 320 páginas - PVP 16 euros

 Reproducimos a continuación un extracto del capítulo II:

Cap. II. «Carnicería europea», revolución, fascismo: la adhesión de Gramsci al «comunismo crítico»
1. Reformas, revolución y guerra
La primera guerra mundial es un hito en la evolución de toda una generación. La guerra —escribirá más tarde Gramsci en L’Ordine Nuovo— «ha impuesto a todos los hombres dignos de este nombre una revisión completa de todas las instituciones, de todos los programas, de todas las formas de la actividad política y económica moderna» (ON, 283-284). Especialmente significativo es el debate que se entabla en el partido socialista (y en los ambientes culturales y políticos más o menos próximos a él) y engarza con el que ya se viene desarrollando desde hace tiempo a escala internacional sobre el tema «reformas o revolución». La profesión de fe reformista no inmuniza contra la tentación belicista o interventista. Hay un momento en que Turati parece darse cuenta del carácter íntimamente contradictorio de esta actitud. Replicando a los apremios de sus compañeros de partido que exigen una intervención inmediata de Italia en el conflicto europeo, en una carta a Kulischioff del 12 de marzo de 1915 el dirigente socialista observa: «¿Por qué deberíamos aplicar a la política exterior criterios tan distintos de los que hemos adoptado para la política interna, a propósito de la revolución y las revueltas?».31
En cambio, no parece que Salvemini se plantee este problema. Todavía en junio de 1914 condena las violencias que se han producido durante la huelga general y pide «varios meses o incluso varios añitos de cárcel» para sus responsables.32 Pero semanas después, ni corto ni perezoso, llama a imponer con la fuerza de las armas «el fin del imperialismo germánico, o sea, la liquidación de los Hohenzollern y los Habsburgo y de sus clientelas feudales, y la democratización de Austria y Alemania».33
La posición interventista va acompañada de una teorización explícita del «derecho a la violencia».34 Un derecho que, más allá del plano de las relaciones internacionales, acaba asumiendo también una dimensión de política interior, esgrimido contra los pacifistas. Salvemini, decidido a acabar con la neutralidad a cualquier precio, invita a «intensificar las manifestaciones contra Giolitti hasta llegar a la revuelta, y amenazar al rey» (él mismo se declara dispuesto «para un mitin, para una manifestación, para lo que sea»).35
Después de las primeras incertidumbres y vacilaciones, Gramsci, por el contrario, se pronuncia contra la «carnicería europea» (NM, 489), contra «el sangriento drama de la guerra» (CF, 409), y llama a los socialistas a atenerse a los «principios generales de convivencia internacional pacífica» sin dejarse contagiar por el clima belicista y chovinista (NM, 39-40). Salvemini replica a este llamamiento afirmando que en ningún modo se debe «confundir socialismo con pacifismo» y que es preciso condenar sin paliativos a los socialistas que «minan la resistencia moral del país» y cometen un «auténtico sabotaje de la guerra, promoviendo, por ejemplo, los disturbios de Turín de agosto de 1917, y contribuyendo por todos los medios […] al desastre de Caporetto».36 La «táctica exclusivamente crítica y negativa» del movimiento obrero y socialista37 es una traición a la patria y a la causa de la democracia internacional. Dirigiéndose a los socialistas, Salvemini exclama: «Con vuestra abstención, más o menos valientemente saboteadora, de la guerra italiana, le habéis hecho un indudable favor a la guerra de Alemania».38
Para cortar por lo sano este sabotaje objetivo, Bissolati se declara dispuesto a tomar medidas terroristas. En el parlamento, desde los escaños del gobierno en el que ha entrado gracias a su ferviente interventismo, no duda en amenazar a los diputados que considera derrotistas o tibios: «¡Para defender al país yo estaría dispuesto a abrir fuego contra todos vosotros!» (CF, 409, nota del editor). A ojos de Gramsci, el socialista reformista y patriota a machamartillo es el representante de «una italianidad minúscula, piojosa» que se basa en una «autoridad demagógica […] bestial y deprimente». Bissolati es uno de esos hombres que, con tal de alcanzar un fin «inmediato, particularísimo» están dispuestos a sacrificarlo «todo, la verdad, la justicia, las leyes más profundas e intangibles de la humanidad. Para destruir a un adversario sacrificarían todas las garantías de defensa de todos los ciudadanos, sus propias garantías de defensa» (CF, 408-409). Hay algo que salta de inmediato a la vista. El reformismo se suele contraponer al comunismo como si el primero fuera la preferencia por las reformas pacíficas y el segundo el culto a la violencia. Pero la adhesión de Gramsci a la Revolución de Octubre y al movimiento político generado por ella también obedece a la indignación que le provoca el reformista Bissolati quien, después de haber arrastrado a Italia a la primera guerra de Libia y luego a la guerra mundial, está dispuesto a imponer un terror sanguinario en el interior del país.

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